EL ORIGEN DEL MAL: VIOLENCIA COMO CULTURA; MUERTE COMO MERCANCÍA

 Escala Crítica/Columna diaria

*En  el mundo, un crimen violento cada dos minutos; los puentes rotos
*Violencia y comunicación en el siglo XXI: el ‘efecto’ Guasón-Lecter  
*La delincuencia al asalto: un salto hacia atrás en la seguridad del Estado
 
Víctor M. Sámano Labastida
 
EN UNA ENTREVISTA reciente pregunté al secretario de Gobierno de Tabasco, Gustavo Rosario Torres, en qué momento la acción de la delincuencia se convirtió en un hecho político. Antes ya había planteado la cuestión a otros personajes que tuvieron responsabilidad en la política interna (nacional o estatal). Históricamente fueron otros los elementos que ponían en riesgo la gobernabilidad. Hoy, abuso de la paciencia del lector para plantear un ángulo de la cuestión: la violencia como hecho cultural.

El mundo es un pañuelo gracias a las nuevas tecnologías de comunicación. Al mismo tiempo, el discurso de la violencia -en sus diferentes formas- se ha convertido en arma generadora de rating. El morbo social por la violencia mediática -real y ficticia- es punta de lanza de la industria cultural. “Si la violencia impacta al público, hay que exhibirla”, es la fórmula. La sangre vende. Y la realidad tiene lo suyo: una muerte violenta cada 2 minutos en el mundo, según el informe 2015 de Amnistía Internacional. 
VIOLENCIA, ECOSISTEMA SOCIAL 
COMUNICACIÓN y violencia se retroalimentan como hermanas siamesas. Hay estudiosos humanistas que definen la comunicación como el arte de la resolución pacífica de conflictos. Con esa definición -que no agota los significados de la palabra comunicación- planteamos paradójicamente que el siglo XX fue el siglo de la incomunicación por excelencia. El siglo del boom mediático, de las tecnologías de punta, del cine, la radio, la televisión e internet, fue un siglo desastroso. Los conflictos proliferaron, sus efectos se expandieron.
¿Qué falló? El ser humano tenía, como nunca antes en su historia, los medios para informarse, intercambiar mensajes y comunicarse de muy diversas maneras. Evitar los malos entendidos, tender el puente de la razón. Es para meditarlo: ¿Por qué el siglo de los medios masivos fue el siglo que padeció más guerras en la historia? 
Si no se entiende a la comunicación dentro de una función ética para evitar la irrupción de la violencia, no se podrá replantear el campo de la comunicación en los tiempos de la sociedad/red en este siglo XXI. Es una labor que atañe a todos, desde la educación formal (escuela) hasta la educación informal (familia, medios, política y espacios públicos).
La violencia es el fin de la comunicación y es la reina de la modernidad. La violencia es contraria al proceso civilizatorio, es el predominio del más fuerte.  La violencia es una segunda piel de las sociedades modernas, atrapadas en sus deseos pacifistas y sus prácticas violentas. El espíritu de incomunicación del mundo tiene manifestaciones culturales específicas a través de videojuegos hiperrealistas, culto a los héroes guerreros, temáticas periodísticas, literarias y de entretenimiento con abuso de sangre, hasta llegar a casos demenciales de exposición mediática mundial: chicos de 15 años de edad que disparan y asesinan sin motivo a compañeros de clase. Adultos que disparan a discreción en cafeterías y bares gay. ¿En México? Narcotráfico y expresiones de fuerza que lo entronizan: personas descabezadas, personas con manos cercenadas (ocurrió en Jalisco). La violencia es ecosistema social que produce organizaciones de padres de familia que buscan a jóvenes desaparecidos. Pero también la tentación de responder con una “violencia justiciera” con ingredientes de venganza. 
LAS VOCES DEL VILLANO    
SIN EMBARGO, el efecto persuasivo/violento de los medios en el público no es mecánico, ni es el único factor. La realidad domina como eje surtidor de violencia: guerras, crimen organizado, mujeres asesinadas y niños vejados. La pobreza, el despojo mismo es un acto violento. Pero habría que pensar la llamada industria cultural a la luz de los novedosos (por irracionales) fenómenos de violencia discursiva que padecen sociedades de todo tipo. Tenemos que pensar críticamente lo que aquí llamamos "la influencia de Hannibal Lecter" o "el efecto Guasón": la influencia sutil e indirecta del discurso de la violencia en la vida cotidiana de muchos. Como si el espejo brillante de la violencia mediática detonara una parte importante de la violencia real.      
Por todo lo anterior, comunicación y periodismo deben situarse en un plano ético para enfrentarse con vigor a un mundo delirante e irracional. Aquí, el enfoque narrativo debe ser ayudado por aspectos sensibles de la naturaleza humana que –desde tiempos inmemoriales- requieren empatía: entender al otro, ponerse en sus zapatos. De esto no hay mucho en la modernidad egocéntrica y de ética individualista. Muchos lo ven como algo positivo y natural, pero es un quiebre cultural de primer orden. 
La regla social es: "yo soy mi propia regla". Y esto no se discute: se coloca como un derecho humano irrenunciable. Así, con ese parámetro, se hace el mal y nadie es culpable. Lo contrario de la otra definición: los derechos humanos son los derechos del otro. Como definió Jean Paul Sartre: “mi libertad termina donde empieza la de los demás”. Y a la inversa.
Las nuevas tecnologías de comunicación juegan un papel preponderante en la formación de los jóvenes de hoy, aunque por ahora el individualismo descontextualizado prevalece. Frente a la violencia del mundo y frente a la violencia discursiva, el periodismo y las tecnologías (esto incluye a quienes emiten y a quienes reciben los mensajes) deberán realizar un deslinde ético, pues no puede negarse su participación (a veces accidental, a veces visiblemente entusiasta) para instaurar la violencia como un código universal. Éste resulta un problema educativo crucial de las sociedades modernas: cómo desactivar las tendencias violentas, respetando a la vez un marco de libertad cultural. Un problema sin respuesta clara, que debe pensarse cuanto antes, aunque las estratosféricas ganancias de la industria cultural se pongan en riesgo. Cuando se pone en primerísimo lugar el lucro el ser humano sale sobrando.
Hoy día, los medios y quienes generan procesos de comunicación pública de toda índole (gobierno, universidades, centros de investigación) tienen una responsabilidad: construir un piso ético común (una conciencia colectiva) que recupere lo mejor del humanismo perdido, frente al éxito de la violencia como discurso y práctica social. Aunque subrayaría: mientras más poder, más responsabilidad. 
AL MARGEN
HOY EN LA ENTREVISTA de Tabasco en la Ruta el secretario de Planeación y Finanzas, Amet Ramos Troconis. Por Radio Tabasco y Canal Siete de la Corat. (vmsamano@yahoo.com.mx)
 

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