DEMOCRACIA Y CRISIS REPRESENTATIVA; CADA VEZ VOTAN MENOS, DESCONFÍAN MÁS

 Escala Crítica/ Columna diaria

*Urnas y ciudadanos: caros errores, altos costos sociales y políticos
*Necesario rescatar el único sistema de participación popular actual
*Hitler, Fujimori, Berlusconi, Trump; una larga cadena de equívocos
 
Víctor M. Sámano Labastida
 
EN ESTADOS Unidos de manera sorpresiva las más recientes encuestas colocan al agresivo Donald Trump a menos de dos puntos de la candidata demócrata Hillary Clinton. En México, a menos de dos años de las votaciones del 2018 nuevamente la integración de los órganos que calificarán las elecciones son descalificados en los hechos: una modificación en la ley permitió que los magistrados del Tribunal Electoral no quedaran fuera de la ley. Otra vez se colocan bombas de tiempo en el camino de la elección presidencial. La democracia cuesta mucho, pero sigue bajo sospecha.

El tema no es nuevo: con votos en las urnas, Adolfo Hitler subió al poder en Alemania, con la consecuencia desastrosa de una escalada bélica. Por la misma época, con votos en las urnas, fascistas italianos encumbraron a Benito Mussolini y décadas después al empresario de medios, Silvio Berlusconi. Con votos en las urnas, los españoles despidieron a políticos que diseñaron la transición de la dictadura a la república; con votos en las urnas, Perú otorgó el poder a un desaforado Alberto Fujimori, que sirvió un menú de bancarrota y luego fue juzgado. 
Hay otros ejemplos preocupantes, más recientes: el ‘no’ de los ciudadanos británicos a seguir en la Unión Europea (el llamado Brexit); la elección de tiranos/presidentes disfrazados de políticos, en países árabes y africanos; en Rusia, la elección de un beligerante e incoherente Vladimir Putin, versión previa del sexista Donald Trump. Ahí la moneda al aire en Estados Unidos.   
La moraleja es evidente: aunque la democracia parece el menos peor de los modelos políticos, no hay democracias blindadas contra el error humano. Los teóricos clásicos de la democracia (Aristóteles, John Locke, Alexis de Tocqueville o Max Weber) describieron una comunidad virtuosa que en la suma de voluntades encontraría el bienestar de la mayoría. 
Más allá de esa respetable proyección teórica de virtudes ciudadanas, hemos visto cómo la realidad arroja sombras: la democracia contiene el riesgo de la equivocación en libertad. Sí: podemos equivocarnos en una coyuntura determinada, eligiendo gobernantes que después son un desastre en el ejercicio del poder. Busque el lector por el accidentado presente mexicano y hallará innumerables ejemplos.
¿Cómo mantener la libertad -eje del sistema democrático- y reducir el error humano? Ahí está la cuestión. La democracia en el siglo XXI enfrenta un dilema entre representatividad política, libertad ciudadana y error humano.  
 
LA DEMOCRACIA ABSTENCIONISTA 
 
POLITÓLOGOS y pensadores ilustres han alertado desde hace varias décadas sobre la crisis de la democracia representativa. La representatividad es fundamental para el sistema democrático y se entiende como “el resultado hegemónico de una mayoría que ha participado libremente en el proceso electoral” (Norberto Bobbio). En 2008, Barack Obama fue elegido Presidente de Estados Unidos con el 25% del padrón electoral estadounidense. Severa crisis de la democracia representativa. En México ni siquiera se arañó el 50% de la votación nacional en las últimas 4 elecciones presidenciales (1994, 2000, 2006, 2012, datos del extinto IFE). Las cuentas no salen: si sólo vota el 50 % y de esos el 30% lo hace por el candidato ganador, entonces éste tiene el respaldo de menos del 25% del padrón. 
La representatividad es el resultado de la participación ciudadana mayoritaria y el buen funcionamiento técnico (sin trampas) de las urnas. Hay otros elementos del proceso que pueden inducir equívocos, pero ese es otro tema que ya hemos referido. Los ciudadanos otorgan -con participación mayoritaria- un poder legítimo a sus gobernantes. Esto es: la mayoría se expresa y delega el poder a representantes políticos, por un tiempo determinado en el que dichos representantes (a su vez) deben rendir cuentas del poder ejercido. 
Cuando se comenzaron a contar los votos (finales del siglo XVIII), el porcentaje  de ciudadanos participantes en el proceso electoral era de 80 por ciento, o más, en Europa y Estados Unidos. Las ciudades no eran tan grandes, los votos se contaban por miles, no por millones. La democracia como sistema político conoció su época dorada. Pero poco a poco, en el tren de la historia, la democracia representativa fue menguando. Ubique el lector los siguientes datos de la obra Historia del siglo XX, de Eric Hobbswan: se pasó del 80% de representatividad (siglo XIX), al 70% (principios del siglo XX), al 60% (mediados del siglo XX), al 50% (años 80s) y a menos del 50% (desde los años 90s a la fecha). 
Así pues, no es casual que Norberto Bobbio (Italia), Noam Chomsky (EEUU), Anthony Giddens (Inglaterra), Gilles Lipovetsky (Francia),  Pablo González Casanova, Lorenzo Meyer y Roger Bartra (México), hayan planteado con fuerza analítica una crisis de la democracia representativa. Una clave: “Junto al crecimiento de la población y la compleja vida moderna, no han aparecido opciones de mayor participación ciudadana en la toma de decisiones. Las élites deciden en corto y las urnas ya no son suficientes para procesar nuevas realidades sociales. El sistema democrático se hunde”. (Noam Chomsky)  
¿Los políticos mexicanos entienden esta crisis? Si así fuera, actuarían de otra manera: no con palabras altisonantes, spots graciosos, procesos políticos coreográficos y expulsiones a destiempo.               
Mientras tantos, las encuestas dan sorpresas y profundizan la crisis de la democracia representativa. Lo vimos en las elecciones de junio, cuando se fueron a la basura los números de las encuestadoras. El ciudadano practica la fuga: esconde su intención y torpedea el sistema. Ahora bien, las opciones que triunfan lo hacen desde el marketing y una persuasión irracional. Se apela a factores emotivos para despertar votantes: ira o ilusión. Se participa en la  democracia, pero su representatividad es decreciente. “Democracia: ese abuso de la estadística” (Borges). Sin embargo, no hay otro instrumento de deliberación pública. ¿Qué hacer? Preservar la libertad e insistir en la rendición de cuentas. Hay que insistir: el derrumbe de la democracia nos puede sepultar a todos. 
 
AL MARGEN
LA SEMANA próxima continuarán las entrevistas con los responsables de los diversos sectores en el gobierno estatal previas al Cuarto Informe del gobernador Arturo Núñez, por el sistema público de radio y televisión de la Corat. 
(vmsamano@yahoo.com.mx)
 

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *