La soledad de Obama: democracia y poder sin relevo generacional a la vista

 Escala Crítica/Columna diaria

*Pensar en voz alta, o simplemente no pensar; el poder se oculta 
*Creí que el racismo era cosa del pasado, dice el mandatario saliente
*No basta un solo líder para transformar; proyecto y cuadros, necesarios
 
Víctor M. Sámano Labastida
SIN VOTOS no hay dinero, es la campaña que han emprendido varios legisladores y agrupaciones civiles para disminuir los recursos que se entregan a los partidos políticos. Con razón o sin ella la llamada clase política goza o padece de una mala fama. Una descalificación creciente. Al grito de “todos los políticos son iguales” se evita la distinción, se generaliza para no analizar. Precisamente quienes más han invertido en descalificar a los partidos y a los políticos –aparte de lo que por sí mismos aportan los susodichos-, son quienes como grandes corporativos se benefician de la debilidad de los gobiernos.  

En esta confusión de no saber hacia dónde dirigir las esperanzas, habrá que revalorar la política profesional y los controles democráticos. Me parece que el caso de Barack Obama ofrece una lección: No basta un hombre, por más liderazgo que tenga, para transformar a un país.
 
SILENCIO Y COMPLICIDAD
PENSAR en voz alta es un desastre para el político encumbrado. El veneno surge de su boca y no hay antídoto. Pensar en voz alta es expresar inquietudes hondas sin solución clara. ¿Resultado? Todo puede saltar por los aires. Después de la muerte de Luis Donaldo Colosio en 1994, dos periodistas y un historiador consignaron una frase atribuida a Carlos Salinas: “Un Presidente jamás debe pensar en voz alta”. Este consejo debió escucharlo Barack Obama, quien dice adiós a la Casa Blanca luego de pintarla de varios colores, en una democracia del poder que simbolizó tiempos de cambio. Pero no fue suficiente.  
En su discurso de despedida (enero 10), con Obama arropado por un Chicago vibrante y multirracial, vino el pensamiento en voz alta: “Con mi llegada a la Casa Blanca pensé que el racismo era cosa del pasado. Me equivoqué”. Esta confesión amerita dos lecturas: por un lado, la agenda multicultural estadounidense recibe un golpe frontal con el triunfo de Donald Trump. Las palabras de Obama son el reconocimiento de una derrota del pensamiento progresista en Estados Unidos y Occidente. La agenda cultural incluyente de EEUU fue un espejismo que simboliza Obama, el primer afroamericano Presidente. 
No se trata del acta de defunción del pensamiento abierto y tolerante, pues la política tiene caminos imprevisibles, pero sí es un frenazo en seco. Trump se ha declarado una y otra vez contra toda minoría racial: ha criticado a mexicanos, árabes, chinos, italianos, irlandeses, centroamericanos, asiáticos y sudamericanos, privilegiando el american way of life de los rubios. Como si Hitler viajara en el tiempo y diseñara un vocero ario para infiltrarse entre el enemigo.          
Obama pensó que el racismo era cosa del pasado y topó con la amenaza Trump. Será una transición extraña del poder presidencial, entre un político de carrera y un empresario metido a político. La lección: no dar por definitivo un cambio cultural, cualquiera que sea. En el terreno cultural y político, la lucha es sin calendario.
    
EL HOMBRE SIN HOMBRES    
UNA SEGUNDA lectura de la frase de Obama en Chicago es la soledad de su proyecto político. No basta un hombre ni un cargo para cambiar un sistema, suponiendo que Obama quiso rediseñar las redes del poder. Esto debe meditarlo en México cualquier aspirante a Los Pinos. Un hombre puede encandilar a un país, como lo hizo el panista Vicente Fox en el 2000. Pero una vez conseguido el poder, hay que mirar hacia el colectivo que tendrá la manija. Sin proyecto y cuadros políticos, no hay ejercicio racional del poder. López Obrador, de nuevo puntero en las encuestas presidenciales de enero tiene que mirar ese espejo. Brincar del político exitoso al proyecto nacional, con más nombres confiables en la baraja, no es tan sencillo ni es sólo de buenas intenciones.     
Obama fue acompañado por las élites del Partido Demócrata en su trayecto a la Casa Blanca, pero luego de su primer mandato (2008-2012) lo rebasó el ánimo continuista de los Clinton. Además, no surgió un político cercano a Obama que compitiera con la experiencia de Hillary, salvo el septuagenario Bernie Sanders, que paradójicamente captó el interés de los votantes jóvenes de perfil universitario, amantes de las redes virtuales y críticos acérrimos de la globalización. Sanders mostró que no es un problemas de edades, sino de propuestas. 
La soledad de Obama fue tan evidente que ahora se habla de su esposa, Michelle Obama, para enfrentar en 4 años a Trump. Se trata del reconocimiento de otra derrota cultural: Obama no tuvo forma de crear un proyecto pese a su resonante triunfo electoral, ni de romper el cascarón del poder corporativo estadounidense. Tuvo pies, le faltaron alas.
A la soledad de Obama con su proyecto político precario, se sumó la apatía cultural de la sociedad estadounidense. Con millones de horas televisión, con millones de horas deporte, con millones de horas Hollywood, las multitudes se encandilaron con Trump, desayunaron y cenaron Trump. La cultura de masas, desde la mediocridad presuntuosa, se inclinó por el personaje que encarnó una profecía televisiva de Los Simpsons, puesto que Trump despachó primero como Presidente en un episodio de dibujos animados. No se sabe si estaremos, a partir del 20 de enero, en otro episodio de Los Simpsons. La historia transformada en historieta.                 
Obama supo utilizar internet para llegar al poder, con donaciones hormiga que revolucionaron las campañas políticas. Pero no supo Obama, junto con su equipo de colaboradores, utilizar el internet para detonar un cambio cultural más amplio. Se puede conseguir dinero virtual para una campaña, lo mismo que para una toma de posesión: Trump ha conseguido tres veces más que Obama, replicando la estrategia de donaciones hormiga, desde un dólar hasta 50. 
¿Qué más se puede hacer con Internet y las redes virtuales? Eso es lo que quedó a deber la imaginación del Obama político. Abrió puertas, pero no supo para qué. Obama comenzó su primer día de Presidente con trabajo comunitario, al estilo de Martin Luther King. Es dudoso que Trump quiera replicar eso. De hecho, el sello de Trump es el trabajo corporativo; el sonido del dinero. Obama terminó por olvidar la construcción del poder en la base. Algo que también nos ocurre. (vmsamano@yahoo.com.mx)                 
 

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