Escala Crítica/Columna diaria
*Se ubica Campeche como en estado más seguro; Tabasco en rojo
* Autopsias culturales de México: Silva-Herzog y el realismo ético
* Democracia, vacía sin igualdad jurídica y bienestar económico
Víctor M. Sámano Labastida
DOS SON los asuntos que deberá atender el gobierno en Tabasco durante el 2016 de manera prioritaria: la salud y la seguridad. La educación es importante, pero no cobra vidas de manera inmediata como la falta médica o policiaca. El gobierno estatal tuvo ya reuniones con varios integrantes de su gabinete para ocuparse de manera urgente de la atención médica y los medicamentos. Algo similar tendrá que hacerse en materia de seguridad pública, en la que también deben involucrarse las autoridades municipales.
Porque de acuerdo al Sistema Nacional de Seguridad, Tabasco termina el año en el primer lugar del sureste en materia de registro de delitos. Las estadísticas oficiales federales indican que entre enero y noviembre de este año, Tabasco registró 58 mil 866 delitos. En segundo sitio de delincuencia se ubicó Veracruz, con 41 mil delitos.
Aunque hay que hacer notar que en Veracruz habitan siete millones 600 mil personas mientras que en Tabasco sólo dos millones 200.
Yucatán se colocó en el tercer sitio en el sureste por delitos registrados, Quintana Roo en cuarto y Chiapas en quinto. El lugar más seguro resultó ser Campeche, no sólo a nivel del sureste sino a nivel nacional. Sólo tuvo durante el año y hasta noviembre un mil 500 delitos.
Usted puede notar la gran diferencia entre lo sucedido en Campeche y lo que ocurre en Tabasco y Veracruz.
Las entidades más inseguras fueron Baja California Norte (96 mil 382), Distrito Federal (155 mil 648) y Estado de México (186 mil 713), también Guanajuato y Jalisco. Junto a Campeche, otras entidades que entregan buenas cuentas son Colima 5 mil 977 delitos, Nayarit 6 mil 467 y Tlaxcala 7 mil 491.
Si bien algo se ha logrado en Tabasco para combatir al llamado crimen organizado, el desafío actual es el de la delincuencia común. Apenas ayer se informó de la desarticulación de dos bandas de secuestradores y a asaltantes de cuentahabientes. Es resultado, dijo el fiscal Fernando Valenzuela, de la coordinación interinstitucional y el trabajo de inteligencia.
VACIAMIENTO DE LA DEMOCRACIA
COMO parte del balance necesario en el fin de ciclo, he comentado en este espacio dos publicaciones en la revista Nexos (noviembre 2015) cuyo objetivo es un corte analítico del pasado reciente. El llamado “momento mexicano” que pasó del encanto al desencanto. Referí las líneas generales expuestas por José Woldenberg y Héctor Aguilar Camín; hoy quisiera acercar al lector a un tercer ensayo, el de Jesús Silva-Herzog Márquez. En la serie, el investigador y politólogo plantea una lectura crítica del pasado político para construir un mejor futuro.
El pasado visto de forma crítica es parte de ese futuro, no complacencia (qué bien estamos) y gatopardismo (que todo cambie para seguir igual). Es un cambio crucial de enfoque: la ética aparece entonces como parte central de las exigencias públicas.
Herzog Márquez titula su ensayo “El vaciamiento democrático”. Apunta al principal problema ético del país: una democracia que funciona formalmente, pero que no produce el bienestar prometido, ni la concordia ni la cohesión social que permitan enfrentar problemas, no arrumbarlos debajo de la alfombra. El autor es demoledor en su crítica de las apariencias democráticas, porque el “vaciamiento” es apariencia. La fecha del 6 de julio de 1997, con un Congreso por fin plural, arranca su análisis desde el optimismo para llegar al desencanto: “La incertidumbre que se asocia al juego democrático aparecía bajo la luz del optimismo. El país se conducía claramente a la modernidad. La activación de la competencia habría de desencadenar una serie de efectos virtuosos. El Congreso actuaría como un foro de razones y un vigilante eficaz del gobierno. Se refundaría el federalismo para darle a la política local representación auténtica. Liberados de la amenaza gubernamental los medios se profesionalizarían para retratar la realidad y cuestionar al poder. La corrupción sería ejemplarmente castigada e iría arrinconándose bajo una atmósfera de exigencias”.
Agrega: “No sospechábamos un descenso en la barbarie, una tergiversación de los mecanismos de competencia, el vaciamiento de la democracia. A 18 años de la implantación institucional del pluralismo podemos decir que las funciones elementales de la democracia se han pervertido. Los partidos se mimetizan, los órganos de control se pervierten. Los medios se someten, callan, aceptan la verdad oficial. La ley es burlada. Y somos hoy más vulnerables que nunca a la trampa y al crimen”.
Este paisaje en ruinas producido por una clase política voraz, una clase empresarial acomodaticia y una ciudadanía tratada como menor de edad por sus gobernantes. Somos vulnerables porque lo hemos apostado todo al proceso formal de la democracia.
ÉTICA Y PROYECTO DE NACIÓN
Herzog Márquez sostiene: la acción pública debe recuperar parámetros éticos. La aplicación pareja de la ley y el freno a la corrupción pasan por ese encuadre. Sin eso, será insuficiente cualquier avance técnico a nivel electoral (las fotocredenciales, por ejemplo) y cualquier acuerdo formal (en público) o informal (en lo oscurito) para el procesamiento de problemas. La herencia de la simulación democrática es fatal. Tenemos –dice- un “pluralismo lastimado”.
Una visión aguda del análisis de Herzog Márquez, por su temporalidad política histórica, es la siguiente: “La violencia es la señal bárbara del gran pendiente de nuestra historia: la legalidad. La falta de un sistema de derecho ya no es solamente el caldo propicio para la corrupción y la arbitrariedad como quizá lo era en tiempos del partido hegemónico. La falta de ley nos ha lanzado a nuestra prehistoria y nos convierte en bárbaros dedicados a la crueldad, náufragos a la intemperie de la violencia. En los últimos lustros hemos contemplado el atroz retorno del siglo XIX”. La estética del cangrejo estatal en su esplendor.
De eso modo, enfatiza Herzog Márquez, “es elocuente que el gobierno federal haya descrito sus reformas como la determinación de recuperar la rectoría estatal. Se trata de un reconocimiento de su debilidad o, más precisamente, de su secuestro”. Es una gangrena que debe curarse; pasa por un realismo ético que es tachado de anacrónico por los ‘técnicos Chicago Boys’ (los llamados políticos modernizadores) porque desde el ejercicio atropellado del poder tejieron el atolladero de hoy, con beneficios para unos pocos y condena para la mayoría. (vmsamano@yahoo.com.mx)